domingo, 9 de septiembre de 2012

Deporte e idiotez

AViciados de Nulidad

Artículo publicado en Viciados de Nulidad
Albert Einstein dijo alguna vez: “Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y de la primera no estoy seguro”. Cuando uno ve las actitudes del fanático de fútbol, se da cuenta que el científico tenía razón. La idiotez no tiene límites. Pero tampoco tiene colores ni banderas. No es propiedad exclusiva de una clase social, no distingue sexos ni edades y no pertenece a una zona geográfica.

El sábado,25 de agosto Nacional se enfrentó a Defensor Sporting. El local fue el violeta. Luego de muchas idas y vueltas con el tema de la cancha (si se podía jugar en el Estadio Luis Franzini, perteneciente a Defensor), el Ministerio del Interior le habilitó jugar en su cancha. (Un aparte merecería las pintadas que hizo el club en la zona, pintando inclusive la fachada de la Facultad de Ingeniería, lo que nos vincula con la nota de Eric Alvez “¿Arte oContaminación Visual? y la multa solo a los cuadros grandes por las graffiteadas).

En determinado momento del partido, está a punto de ingresar el jugador Álvaro Recoba. Cuando el “Chino” cruzó por la cabecera de la parcialidad violeta, lo escupieron que aquello era una lluvia de salivazos. El tipo la soporto estoico.

Al otro día, jugaba Peñarol Fénix en el Estadio Centenario. Primer partido del campeonato para ambos equipos, pero lo que todos miraban era el retorno de Antonio Pacheco al equipo carbonero. Era el regreso del último gran ídolo mirasol y todo pintaba para fiesta. Pero la cosa no fue así.

En el minuto 42, en un tranque con un jugador de Fénix, el capitán se fracturó la pierna. El partido pasó a ser un mero trámite que cumplir, porque a la hinchada lo único que le importaba era la salud del ídolo caído.

Si bien la gran mayoría de los aficionados y jugadores de fútbol se condolieron de la salud del jugador de Peñarol, algunos fanáticos (más que nada en las redes sociales) festejaban que Pacheco se había fracturado.

Perfil del idiota


El seguidor de un cuadro tiene los colores pintados en su corazón. Es algo normal y en parte es hasta lógico que luego de ver perder al cuadro que uno sigue y ama, a uno lo invada un sentimiento de bronca. Pero, después de todo, la vida continúa.

El problema es cuando eso te transforma en una cuestión de vida o muerte. Ese fanatismo extremo lleva a que algunos no vean que es solo un deporte. Que terminados los 90 minutos hay más vida y que no todo pasa por los colores del cuadro.

Esta gente no pertenece a una población específica. Hay ricos, pobres y de clase media. Hombres y mujeres, de todas las edades. No miden la gravedad de sus acciones. Se vuelven irracionales al extremo; tanto que piensan que todo lo que salga de los rivales el despreciable al extremo. Inclusive la vida.

Pero también aparece el idiota en acción cuando no surge lo que espera  del cuadro.  Un ejemplo claro fue lo que le pasó a Jonathan Urretavizcaya, luego de un clásico en mayo de 2011. Ese partido era clave para cualquiera de los dos equipos, ya que el que ganara dejaría por el camino al rival en la pelea por el campeonato clausura 2011. Ganó Nacional. Cuando el jugador Urretavizcaya (de Peñarol) fue a visitar a sus padres en el barrio Lavalleja, hinchas de Peñarol con camisetas de Nacional se le arrimaron a su camioneta mientras circulaba por la calle y le arrojaron un coctel molotov en plena marcha. El jugador pudo bajarse ileso.

Es grave ver que desde los clubes (todos, sin excepción) no se hace nada para frenar el fanatismo extremo. Al contrario, día a día se alienta más porque gracias a ello, los clubes venden más: hacen más socios, venden más entradas, meten más merchandising oficial del club en el mercado. Pero se olvidan que fuera del campo del campo de juego, la vida no es un campo de batalla.

Decía un viejo sabio: “nunca van a dejar de existir los bobos y los palos torcidos”. Se ve que era amigo de Einstein.  

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